ESPAÑA TIERRA DE MARÍA

ESPAÑA TIERRA DE MARÍA

martes, 28 de febrero de 2017

Queridos hermanos y hermanas:
      La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.
     Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).
     La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31).
     Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

 

1. El otro es un don

     La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
     La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal.
     Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
     Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.
     La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.
     Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2.   El pecado nos ciega

     La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.
     Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).
     El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.
     La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62). El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal.
     Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación
    Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3.   La Palabra es un don

     El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática.
     El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).
     También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.
     Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios. El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.
     Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
     La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
     De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.  La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

     Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor "que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador" nos muestra el camino a seguir.
     Que el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.
     Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana.
     Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.


Francisco, pp

sábado, 11 de febrero de 2017

“EL MUNDO NO NECESITA MÁS COMIDA. NECESITA MÁS GENTE COMPROMETIDA”
     Es el lema de la campaña anual que lanza Manos Unidas en su lucha contra el hambre en el Mundo. Además del lema, en esta campaña quiere resaltar unas cifras: un tercio de nuestros alimentos acaba en la basura. Mientras, 800 millones de personas siguen pasando hambre en el mundo.
     El próximo domingo, día 12 de febrero, se celebra la Jornada Nacional de Manos Unidas. Dos días antes, el viernes 10 de febrero, es el Día del Ayuno Voluntario, como gesto de apoyo a los casi 800 millones de personas que sufren, cada día, el hambre en el mundo. Habrá eventos en toda España y Manos Unidas propone donar el importe de nuestra comida de ese día a los proyectos de desarrollo que realiza la ONG en 60 países.
     Además, durante todo el año 2017,  Manos Unidas hará hincapié en tres cuestiones esenciales y urgentes para acabar con la pobreza y el hambre en el mundo como son el desperdicio de alimentos, la lucha contra la especulación alimentaria y el compromiso con una agricultura respetuosa con el medio ambiente que asegure el consumo local.



(Antes de visualizar el vídeo deje pasar el Himno inserto al blog)



sábado, 4 de febrero de 2017

LOS DIEZ PUNTOS DE UN PROGRAMA PARA ADORADORES DE HOY



     Habla San Juan Pablo II en su memorable mensaje a los adoradores nocturnos españoles reunidos en la basílica de San Pedro el 31 de octubre de 1983, el Papa señalaba las actitudes características que los adoradores del Santísimo deben hacer suyas. Las reducimos, para mayor claridad, a diez:

1°. Orientar la vida hacia Dios:
     «Con vuestra actitud de adoración profundizáis en la fe, en la esperanza y en la caridad. De esta manera orientáis toda vuestra vida hacia Dios, y por tanto hacia el misterio del hombre y de la historia humana concreta.»

2°. Ser Iglesia que ora sin interrupción:
     «Adorando a Jesús Sacramentado cumplís en las Iglesias locales el encargo que el Apóstol nos hizo de orar sin interrupción (1.a Tes 5, 17), imitando al Maestro que frecuentemente pasaba la noche en oración.»

3°. Escuchar en el silencio la voz del Padre:
     «Ese silencio contemplativo os comunicará una gran capacidad de amar a Dios y a los hermanos. En efecto, en medio del silencio de la noche, cuando parece que se aminoran las prisas y la creación enmudece como esperando la venida del Señor (cf. Sab. 18, 15), oiréis en el corazón la voz del Padre que os dice: Este es mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias, escuchadle» (Mat. 17, 5).

4°. Descubrir los intereses salvíficos de Cristo Redentor:
     «Al sintonizar cada vez más con los sentimientos de Cristo Redentor... iréis descubriendo los intereses salvíficos del Señor sobre los individuos, la familia, la juventud, la comunidad eclesial a la que pertenecéis, la propia nación y la humanidad entera.»

5°. Ofrecer al Señor nuestras vidas y las de nuestros hermanos:
     «Así presentaréis ante el Señor todo lo que ha sido vuestra vida cotidiana, en sincronía con los problemas de los hermanos redimidos por Cristo.»

6°. Ser hombres de oración, convencidos de su valor:
     Ser hombres y mujeres «convencidos del valor insustituible de la oración y consecuentes con la obligación de todo hombre de dar gloria a Dios, como premisa indispensable de cualquier acción que quiera ser beneficiosa a los demás».

7°. Unir la oración al compromiso apostólico:           
     Hacer auténtica la actitud contemplativa de oración y plegaria, acompañándola «de un compromiso de vida cristiana y de acción apostólica».

8°. Promover el culto eucarístico, la vivencia de las celebraciones y la comunión:
     Considerar como parte importante del empeño apostólico «la promoción del culto a Jesús Sacramentado y de cuanto pueda contribuir a una mayor vivencia de las celebraciones eucarísticas y de la comunión sacramental por parte de todos».

9°. Ser testimonio vivo del dinamismo eclesial de la oración:
     Ser testigos vivientes de que la «ocupación de adoradores no sólo no es algo estéril o inútil para la comunidad eclesial sino que es fuente de dinamismo cristiano».

10º. Testimoniar la dimensión vertical de la vida religiosa del hombre:
     Testimoniar «la primacía de la dimensión vertical de la vida religiosa del hombre»...para ser «fieles a la identidad de adoradores».
     En esta última actitud de testimonio se enmarcaba la exhortación emocionada de «sed fieles a vuestro carisma». Todo esto constituye la identidad de los adoradores, que podía resumirse en este testimonio de verticalidad de la vida religiosa del hombre, unido al «doble» compromiso de vivir cristianamente y de ayudar espiritualmente a los hermanos.


     Y ser siempre la «porción viva y perseverante de la Iglesia que ora».